Apuntes Históricos de Táriba

Tomado del Libro Electrónico "Escrito en Táriba",
José Ernesto Becerra Golindano, 2.005


Táriba fue visitada por primera vez por españoles en 1547. Una expedición enviada desde El Tocuyo por el Gobernador Licenciado Juan Pérez de Tolosa recorrió las estribaciones andinas desde las zona de la actual ciudad de Guanare hacia el sur, hasta encontrarse con el Río Apure, allí se detuvieron mientras esperaban autorización de la Corona para continuar, luego remontaron por los ríosl Uribante, Quinimarí y el hoy Río Torbes, hasta llegar a la Depresión Central del Táchira, esto es al Valle de las Ahuyamas, como se denominaba antes de la fundación de San Cristóbal. La expedición constaba en su inicio de 100 hombres, 40 a caballo y 60 a pié, iba bajo las órdenes de Alonso Pérez de Tolosa, hermano del Gobernador, y como segundo jefe, con el cargo de Maestre de Campo, vemos el nombre de Diego de Losada quien 20 años mas tarde fundará la ciudad de Caracas.
En la primera expedición que llega al valle del Torbes, y a ésta Perla del Torbes, en 1547, el contacto con los naturales tuvo dos partes. La primera podría anunciarse como favorable para los aborígenes pues resultaron varios soldados heridos, entre ellos el propio Pérez de Tolosa, además mataron 8 caballos, lo que significaba un serio percance dadas las condiciones de aquellos días.


Detalles del mural en alto relieve “Táriba, la Primogénita del Táchira” (Uribe Quiroga), que recuerda la expedición de Pérez de Tolosa, y que se encuentra en la salida de Táriba hacia San Cristóbal bautizado popular e informalmente como “el mural del caballo”.


La segunda podría considerarse favorable a los españoles quienes ya repuestos de la sorpresa, subieron hacia la zona donde se habían retirado los indígenas en las estribaciones de las montañas, los derrotaron y luego saquearon y quemaron, a manera de escarmiento, las viviendas de los primitivos habitantes del lugar.
El emplazamiento de Táriba antes de la milagrosa renovación de la Imagen de la Virgen de la Consolación era una Encomienda de Indios. Según las Leyes Españolas, se le “encomendaba”, se le asignaba a una determinada persona un grupo de indígenas con sus tierras para convertirlos al catolicismo, organizar su trabajo y en general subordinarlos a la Corona e insertarlos en la cultura del Reino, incluyendo aspectos tan disímiles como el idioma y el pago de impuestos. Lamentablemente al aplicarse esta figura de la encomienda se cometió todo tipo de abusos contra los aborígenes. Cuando se funda San Cristóbal, en 1561, se empiezan a asignar encomiendas a los diferentes fundadores y recién llegados. Los Táribas y algunos vecinos fueron “encomendados” a Luis de Salinas.

Nada se sabe hasta el momento de las actividades que pueda haber realizado este primer encomendero. Casi 4 años mas tarde visita la zona un alto funcionario del gobierno español, proveniente de Bogotá. Este inspecciona, entre otras actividades, las encomiendas y por alguna razón reasigna los Táribas (y vecinos) a otro encomendero.
El segundo encomendero fue Alonso Alvarez de Zamora quien recibe sus títulos con fecha 28 de abril de 1565, y que conservará por mas de 40 años hasta su muerte. Obviamente en aquellos tiempos esta fue una encomienda entre muchas, pero dados los acontecimientos posteriores, es una fecha importante en la Historia de Táriba y digna de considerarse cuando nos preguntamos cuando se fundó esta población.
Los establecimientos indígenas de estas zonas fueron distribuidos en encomiendas después de la fundación de San Cristóbal, en su mayoría eran asentamientos de algunas decenas de chozas. Entre los mas conocidos y poblados de ésta primera época se encuentran la de los Táribas y sus alrededores, con nombres como: Arcabuco, Buruzín, Sebucara, Irutiquea, Nutyquera, Ruiqueya, Aribecas y los Arigaras o Cirigaras.

A los naturales se les bautizaba con nombres “católicos”, pero muchos conservaron a manera de apellido un nombre indígena. Se conserva una lista de pobladores de Táriba en 1602 entre cuyos nombres vemos a Diego Temari, Mariana Sianpaca, Inés Guari, Sebastián Yaretoa, Esteban Guareca, Francisco Quefora, Román Manarí y Rodrigo Anbesique, entre otros..
El origen de Táriba con presencia española es la hacienda de la encomienda de Alonso Alvarez de Zamora, la casa de la familia, los almacenes de productos agrícolas, los depósitos de herramientas, algún modesto cobertizo que sirviera para el catecismo y la misa, y las demás dependencias se encontraban en los terrenos que hoy son la Plaza Bolívar, La Plaza Miranda y la Basílica. A este tipo de lugares llegaban los sacerdotes denominados Curas Doctrineros, quienes reunían a los indios para convertirlos en cristianos y para todos los actos litúrgicos. La ubicación de la casa se debía a las mismas características apreciadas por los primitivos pobladores. Terreno bastante llano, empinados barrancos por el Este y el Sur, que facilitaban la defensa y la cercanía del agua.

Alonso Alvarez de Zamora no vivía permanentemente en la casa de su encomienda. Como ejerció cargos importantes en la Villa de San Cristóbal debemos suponer que tenía casa allí, y por provenir de Pamplona y ser figura importante seguramente residía temporadas en esa ciudad.
Unos diez años después de recibida la encomienda por Alvarez de Zamora llega a ese lugar la imagen que hoy, mas de cuatrocientos años después, se venera en la Basílica. La tradición dice que fue traída por dos sacerdotes agustinos que venían a Táriba a adoctrinar a los indígenas. Al parecer el Torbes estaba crecido y ya se hacía de noche cuando se les ocurrió encomendarse a la Virgen para atravesar. Cortaron una caña brava, amarraron la tablita en un extremo y con esta especie de estandarte se lanzaron al Torbes.
La imagen está pintada en una tablita de madera de 20 cm de ancho por 30 de alto, su espesor varía entre unos 2 cm y tal vez 1,2 cm, es desigual. No se conoce su origen, pero debería ser anterior a 1575 cuando se empezó a representar la imagen de la Consolación con una correa, y ésta no la tiene.

Cuando los Agustinos se introdujeron en la corriente ocurrió el que sería el primer milagro de la Virgen. La imagen iluminó la zona del río donde se adentraban y el caudal y la fuerza del agua se redujeron lo suficiente para pasar sin mayores inconvenientes. Así, portentosamente, llegó Nuestra Señora de la Consolación a su hogar, Táriba. La tablita seguramente fue colocada en alguna especie de altar en la casa de Alvarez de Zamora, y se llevaría al sitio donde se realizaban los actos litúrgicos, regresando a su lugar.
Hay una parte de la historia de la imagen que ha generado cierta controversia. Según alguna tradición la imagen fue robada en algún ataque de aborígenes hostiles, y una mujer relacionada con ese grupo la conservó cuidadosamente algún tiempo hasta que retorno a su casa, la de Alavarez de Zamora. Algunos estudiosos dudan de este pasaje pues en los documentos del último cuarto del siglo XVI no se señalan ataques de indios en esta zona. Si descartamos este episodio no se tendrán noticias de la imagen desde su llegada hasta unos veinte años después.


Mural “Paso del río” en el Boulevard Museo de la Basílica, realizado por Uribe Quiroga


En veinte años no debe sorprender a nadie que una imagen pintada sobre madera se deteriore, se borre casi completamente, y al parecer esto ocurrió con la tablita de la Consolación. Fue prácticamente olvidada en algún lugar de la hacienda. En alguna fecha cercana a 1595, otros afirman que en 1600, se produce la milagrosa renovación de la imagen. Alonso Alvarez de Zamora había casado con Leonor de Colmenares y habían tenido varios hijos que para el momento que se relata estaban en la adolescencia. Los muchachos tenían como compañeros de juegos aquel día, a otros jóvenes que estaban de visita. Jugaban con una pelota que golpeaban con unas tablas y una de éstas se rompió. Para continuar el juego era necesario buscar una tabla parecida a la que se había dañado y uno de los de la casa encontró la relegada tablita donde años atrás se veía la imagen de la Virgen de la Consolación. Quiso darle la forma necesaria golpeándola con un hacha o tal vez un cuchillo y en los primeros golpes retumbó como un tambor. Doña Leonor, alertada por el ruido observó que golpeaban la antigua imagen y lo reclamó. Reprendió a los jóvenes por irrespetar una imagen sagrada señalando que eso era evidente pues tenía guarnición (Una especie de marco).



Mural de Uribe Quiroga en el Boulevard-Museo de la Basílica de La Consolación. Representa a los adolescentes de la familia Colmenares intentando cortar la tablita para su juego de pelota.



Doña Leonor de Colmenares ha hecho llegar su apellido hasta nuestros días. En su época no era de extrañar que algunos hijos usaran el apellido de la madre, de allí que entre los descendientes directos de esta dama se encuentren conocidas familias de Táriba y San Cristóbal como los Colmenares Finol, Colmenares Fossi y Colmenares Bottaro. Esto se conoce gracias a los trabajos de investigación genealógica de un Taribense: Luis Eduardo Pacheco Melgarejo, quien también demostró que entre los descendientes directos de estos personajes se encuentra Francisco de Paula Santander.
Después del fallido intento de los jóvenes, la tabla presenta en su cuarto superior derecho cuatro huellas de hacha o cuchillo. Al rescatarla, Doña Leonor, la llevó a un almacén, granero o despensa donde la colocaría en lugar decoroso y apropiado. Al caer la tarde se vió salir de ese lugar una luz o resplandor lo que les hizo pensar que se trataba de un incendio y los presentes corrieron presurosos a enfrentarlo. Se encontraron con que la luz salía de la tablita, (Recordemos el episodio de los sacerdotes agustinos al atravesar el río 20 años antes), y que la imagen se había renovado. Se dice que la luz duró toda la noche y se percibía desde la zona de Machirí.

Desde esta época infinidad de devotos han ido a Táriba para ver la imagen de Nuestra Señora de la Consolación en su humilde tablita. Pero además de las tradiciones, la devoción de Nuestra Señora de la Consolación tiene por lo menos dos documentos serios y confiables hechos en épocas muy cercanas a la renovación.
El primero de ellos recoge la actividad de Antonio Beltrán de Guevara quien era un Visitador enviado desde el gobierno de Bogotá. Vino en 1602 fundamentalmente a recoger información sobre los especiales sucesos de Táriba. Un Visitador era una especie de Inspector o Supervisor con rango de Juez, y entre las cosas que reportó aparece la existencia de una iglesia pequeña donde se decía misa frecuentemente y que acudía mucha gente desde hace años. Este informe es el primer testimonio oficial escrito sobre la devoción de la Consolación y de él es fácil deducir que sus inicios están en la última década del siglo XVI. En efecto, el testimonio del Visitador expresado en 1602 señala que se dice misa en la capilla “desde hace años” lo cual nos transporta a la última década del siglo anterior.
El segundo se debe a que en 1654 se presenta en Táriba el Visitador Eclesiástico Dr. Juan Ibañez de Iturmendi, enviado por el Arzobispo de Bogotá Fray Cristóbal Torres.

En su informe, al principio, se puede leer: “… por cuanto ha sido informado de muchas personas de toda verdad y crédito, como Dios Nuestro Señor ha obrado y obra muchos y continuos milagros por medio de la Imagen de Nuestra Señora, que se dice y apellida de Táriba …”, continúa luego con una minuciosa relación de los testimonios de personas que recibieron milagros o favores de la Virgen. . De cada entrevista realizada se levanta un acta formal firmada por el visitador, el o los testigos de los milagros y por el notario Juan Antonio de la Fuente Valdez.
Tanto el establecimiento real como el eclesiástico tomaron muy en serio los reportes que deben haber llegado por canales ordinarios o extraordinarios y por ello enviaron a los respectivos visitadores, tal circunstancia nos permite hoy disponer de fuentes de primer orden para estudiar los particulares acontecimientos de finales del siglo XVI y comienzos del XVII.
En 1687 un sacerdote tachirense, nacido en San Cristóbal en 1626 y quien en 1690 sería el primer Obispo nacido en Venezuela (Ese año fue designado Obispo de Santa Marta), regaló el relicario que aún hoy en día guarda la tablita con la Imagen de Nuestra Señora de la Consolación.
Se trata de Monseñor Gregorio Jaimes de Pastrana cuya Biografía nos permite disfrutar de un excelente trabajo del Dr. Aurelio Ferrero Tamayo. Este prelado, no solo regaló el Relicario, también obsequió unos terrenos cercanos a Capacho, con la finalidad de que de su explotación se generaran recursos para financiar los cuidados y mantenimiento de la imagen y su ermita. De allí el nombre de Hato de la Virgen, sin embargo, el siglo pasado se aprobó una legislación que impidió que este usufructo continuase destinado a los cuidados de la devoción.
Por esta misma época, 1690, el Padre Francisco Martínez de Espinoza construyó la Capilla para la Imagen de Nuestra Señora de la Consolación, sustituyendo la modesta y pequeña construcción de principios de siglo. La obra del Padre Martínez se mantuvo hasta 1875, cuando fue destruida por el terremoto de Cúcuta.